lunes, 24 de diciembre de 2012

El fantasma de las navidades pasadas.




Todos los años ponen alguna película como la de la foto... y algo se remueve en la memoria. ¨Pórtate bien y déjanos comer o los Reyes no te traerán nada¨ ¨Si seguís jugando así acabaréis llorando¨ ¨Os he dicho muchas veces que las cajitas de la abuela no se tocan¨ ¨Si construís un fuerte con los cojines haced el favor de dejarlos luego donde estaban¨ ¨Os voy a poner Mary Poppins y luego a comer¨

Y luego un abrazo en la cintura. Y una flor de geranio que caía por la ventana cuando me alejaba por aquel estrecho callejón. Ya no están ni podrán estar.


Aquellas eran noches de luces, de vapor y de manos temblorosas. Cuando la ilusión de ser niño era algo inagotable e incomprensible. Los reyes viajaban desde oriente y volaban sobre el mundo amparados por la oscuridad y el sueño de los niños. Cuando el amanecer te sorprendía abriéndose paso por las ventanas y luego por las paredes con esa luz fría y cegadora de diciembre. Cuando compartías ese secreto de imaginación e incertidumbre que solo los niños podíais entender y que os separaban de los adultos. Cuando todo era posible, en cada esquina, en cada patio, en cada pedazo de césped... en la tierra, en los estanques, en tus novelas de guerras antiguas, de ladrones, de hechiceros.

Cuando eras inmortal.

Las navidades solo se viven de esta manera cuando eres niño. Los adultos estamos enfermos de realidad y de prisas. Quizá si forzamos la vista podamos ver como antes... o quizá no. Quizá por eso no nos dijeron que al crecer estaríamos malditos.

Por eso, la navidad es de los niños. Y el relevo es nuestro. Debemos conseguir que lo vivan con la misma magia que lo vivimos nosotros.