lunes, 21 de enero de 2013

Los jugadores.



¨Las inteligencias poco capaces se interesan en lo extraordinario: las inteligencias poderosas, en las cosas ordinarias¨


-Pirado. Estas pirado.

Jugaban a las cartas como todos los martes de aquel último año en un espacio húmedo, denso y con un penetrante olor a queso rancio que, a falta de un nombre mas lamentable, habían llamado ¨bodega¨. 

Sonrió el más joven de los dos ante ese comentario, llevaba puesto un abrigo de paño, raído y objetivamente feo, que le daba un aire de equívoco abandono. 

-Quizá, y teniendo en cuenta el encargo que me mandó… solo dejé volar mi imaginación.

-¿Un caleidoscopio como prueba para… ? -Bajó la voz y se acercó a su interlocutor dejando caer topetones aceitosos sobre la mesa.- ¿Como prueba de un asesinato? Nunca habías llegado tan lejos, deberías de tomarte un descanso de un par de tres de semanas antes de que empieces con las maldiciones.

-No es mala idea.  -El joven se pasó una mano por el cabello lacio y repasó sus cartas con la esperanza mal disimulada de que hubieran cambiado desde el vistazo anterior.- No voy.

-Juegas fatal.

-Me estás poniendo nervioso. -El joven volvió a sonreír sin muestra alguna de nerviosismo. -Y tienes migas en el bigote.

El segundo jugador, bastante más corpulento, tenía un espeso bigote negro que encanecía sin vergüenza. Resopló y se limpió torpemente con el puño de la camisa.

-Pedimos otra de vino entonces. Reparte.

Transcurrieron varias manos más en silencio y las fichas se fueron trasladando poco a poco hacia el lado del hombre grande que parecía divertirse con la situación. Saltaba a la vista que pensaba sacar buen provecho de aquella partida.

-¿Entonces te tomarás esas vacaciones? 

-Es un mal momento, no hago más que recibir encargos cada vez más disparatados y sospecho que no van a disminuir. Es como si él tuviera una crisis de viejo chiflado y quisiera atrincherarse tras todos esos cachivaches. Ahora una vez le entrego los objetos ya nunca los vuelvo a ver por la casa, además están desapareciendo cosas de las vitrinas… espejos, peonzas y fotos antiguas. No sé que sentido tiene todo eso y no quiero saberlo, pero me vas a negar que no tiene un punto siniestro. 

El otro hombre deslizó dos cartas sobre la mesa carcomida y torció el gesto.

-Pagan bien, al menos.

-Eso lo hace más siniestro todavía.

-Se que él te asusta, pero no es más que un rico excéntrico que puede permitirse todas las manías que se le antojen.

-¿Canicas? 

-Si, lo de las canicas tuvo su gracia. -El hombre corpulento dejó escapar una risilla que no pegaba nada con su aspecto. Luego tosió. - Diego dijo algo de que eran sus pensamientos alegres. Unas canicas de la guerra civil enterradas en el patio de un cotolengo. Este mundo esta cada vez más enfermo en su locura y más cuerdo en su enfermedad, no se si me explico. Dame esas dos.