domingo, 16 de enero de 2011

Creo que fué Mufasa (toma ya) quién dijo aquello.

Me doy perfecta cuenta de que este año no he hablado de la nochevieja.

Quizá esa noche tuviera otras cosas que pensar lejos de los derroteros literarios, y sé que por mucho lirismo o metáfora mal disimulada que utilizara era una bomba de relojería punta. Una bomba de relojería frente a mis desproporcionadas y curiosas naricitas.

Mejor lo dejo todo, pensé, en el seguro y bien abonado campo de mi subconsciente... pero si algo patológico tiene el escribir es la imperiosa necesidad de contárselo todo a una superficie en blanco. Me parece que a estas alturas mis documentos de word pueden conocerme mejor que la gran mayoría de personas que me rodean.

Y es preocupante eso que he escrito, pero repito, el negro sobre blanco me acelera las pulsaciones como uno de esos pretendientes torpes y pícaros de mis años mozos. Por muy pueril que parezca no puedo resistirme, es ver un teclado y pierdo los papeles, si puede decirse así.

El caso es que ha pasado un año más y ya pisamos el 2011, a mi cada vez que lo pienso me parece rarísimo. ¡2011, ya estoy aquí! Y en una situación en la que no esperaba encontrarme, con El sujetándome el abrigo a la entrada de un pub donde esperaba encontrar tabaco ¿No es desternillante queridos documentos de Word? Toreando en esas plazas, con lo que yo era... y tan feliz de sumergirme en innumerables topicazos como si una parte de mi siempre hubiera estado preparada para ello. (Esa parte de mi fue a una escuela nocturna y se sacó un master, si no, no me lo explico).

Sin olvidar esos molestos contratiempos con los que el 2010 me ha puesto a prueba. Puedo con todos, claro que puedo. Pero aprendí el valor de aquello que siempre había estado en un modesto segundo plano porque nunca lo había echado en falta... y me refiero a la capacidad de estar en la situación de hacer lo que quisiera cuando quisiera sin ponerle peros al futuro. Quizá tenga suerte, quizá no. No lo se. La simple duda como condición indispensable es algo tan aterradoramente humano que aún ahora se pone la carne de ave de corral. Los jóvenes pensamos que somos indestructibles y no. Nos equivocamos.

Y por lo demás ni me molesto. Lo dejaré por el momento en los trasteros del 2010, donde seguramente sea bastante más productivo.

Otra cosa, ganas, ningunas, de hacer propósitos de año nuevo.

domingo, 9 de enero de 2011

Rescatando el dato.

¨Mayo 2009...¨

Vamos tan rápido que a pesar de estar alarmantemente adormecida noto el bache. Y menudo bache. Alguien ha tomado demasiado café esta mañana.

Casi siento alivio al posar mis pies en asfalto firme. Yo estaba dándole vueltas a algo pero he debido perder el hilo en alguna de las curvas del último tramo –mientras otro subdepartamento de mi psique trata de recordar si ha apagado convenientemente el hornillo antes de salir- me esfuerzo para rescatar el dato, pero es demasiado temprano. Si tuviera un montón de algodón de azúcar en lugar de cerebro el resultado sería el mismo.

“Dejémoslo. Si se me ha olvidado no debía de ser algo importante”.

Es la última vez que utilizo esa frase. Lo juro sobre la alfombrilla de mi ordenador que es el objeto no blasfemo que tengo mas a mano. A partir de ahora dire “Si se me ha olvidado es que era absoluta-y-necesariamente-imprescindible” para no faltar aún mas a la verdad. Cuando mis perezosas dos neuronas han tenido a bien comunicarse entre ellas me han temblado las rodillas. Y a mi no me tiemblan las rodillas. Jamás.

(En realidad ya me han temblado las rodillas en capítulos anteriores, pero con tan poca frecuencia que tomaremos “Jamás” por buena al ser el 0,000…1 el primo educado del cero absoluto.)

(Por cierto, algún día tendré que hablar de mi ley del 0,000…1. Que no se me olvide, es de vital importancia que la chusma de ciencias se desengañe de ese absurdo matemático que es la probabilidad.)

Continuo; yo bajaba del autobús habiendo desayunado cereales de chocolate y con una idea más o menos precisa de lo que podía esperar del día cuando caigo en la cuenta de que tengo horchata en las venas. “Vamos Elena, déjate llevar por una rabieta, sabes que lo estas deseando, pega una patada en el suelo y berrea como una criatura. Quieres tu osito, un cola cao y un hombro superabsorbente en el que moquear. Exige todos y cada uno de los clichés prescritos para este tipo de situaciones, caray, que también tienes tus altibajos como el resto de mortales sentimentaloides. Aunque no lo reconocerías ni con un arma en la nuca tu lloraste viendo Un Paseo Para Recordar.”

Y todo esto a sabiendas de que soy más que capaz de programar una pataleta de grado 4 a la hora del café, con una media de 22,5 convincentes improperios por minuto y eficientes sollozos a cada palmadita en la espalda. Vamos, que si lo pienso hasta lloro. Y todo eso sin despeinarme

Viva la improvisación.

Eh, a la mierda. Puede que no sea el paradigma de la emotividad pero es la forma de serie que tengo de exteriorizar mi escurridiza vida interior. Tiene gracia, la mayoría de las personas que conozco deberían estar totalmente centradas en sus estudios pero pongo la mano en ese hornillo que no se si he apagado a que todo es una farsa. Esas mismas personas levantan la cabeza de sus ladrillos de 3000 páginas y piensan en sus respectivas complicaciones cotidianas.

Atreveos a negarlo.