Al principio no se veía absolutamente nada, una oscuridad densa me aplastaba contra el suelo, traté de gritar pero no sentía la garganta ni la boca. Llegue a la conclusión de que el accidente podía haberme paralizado y la ansiedad se apodero de mi de una forma tan intensa que supe que no tardaría en perder el conocimiento. Al instante un hormigueo, como una descarga, me trepo desde el pie hasta la clavícula y pude mover lentamente los dedos de las manos y de los pies. Durante los siguientes minutos me esforcé por calmarme y aguzar los sentidos en busca de cualquier señal de actividad a mi alrededor. Seguía escudriñando la oscuridad sin resultado, pero supuse que si hubiera algo que ver u oír podría hacerlo.
Supe que mi corazón latía, pero no podía sentirlo.
No sé cuanto tarde en darme cuenta de que me picaba la nariz y podía moverme para rascarme. No sé por qué me clave las uñas en el muslo para comprobar que sentía dolor.
Grite.
-¿Beatriz?
Claramente, a la derecha. Era Joaquín.
-Pensé que estábamos muertos. –Continuo.
Una luz, cálida y anaranjada, fue aclarando el entorno dejándonos ver formas confusas primero y luego, poco a poco, siluetas de objetos simples como vasijas, platos o botellas.
A Joaquín y a mi nos dolían los ojos pero estábamos fascinados por el espectáculo. Cuando recuperamos el aplomo dedujimos que estábamos dentro de una cueva y que la luz que veíamos era, probablemente, la de una hoguera.
-¿Cómo hemos llegado aquí?
Yo estaba absorta repasando los surcos en la pared de piedra, así que no conteste. Pero desde ese momento empecé a intuir que lo que había ocurrido no tenía una explicación lógica, lo que más tarde nos dio bastantes problemas.
-Bea, deberíamos buscar a los demás.
Como yo seguía sin reaccionar debidamente Joaquín se agazapo y echo un vistazo por encima de la roca que nos ocultaba.
-¿Por qué te escondes?-Inquirí sin demasiado interés.
-Porque no sabemos ni donde estamos, ni con quien.
Si, tenía bastante sentido ahora que lo decía. Aunque lo que mas me preocupaba a mi era que la roca se estaba volviendo de un azul verdoso, reflejando un cuerpo de agua que yo no veía por ninguna parte.
-¿Tú ves un rio o algo que se le parezca?- Pregunté, lo reconozco, un poco ida.
-Joaquín me miró de una forma muy, pero que muy rara. Para estar, con toda seguridad, colocados , se lo estaba tomando con mucha diplomacia.
-Creo que estoy viendo a Roberto.
Me acerque hacia donde estaba con todo el sigilo que pude y lo vi tumbado boca abajo. Apenas una sombra del tamaño y de la constitución de nuestro amigo. No demasiado alto, no demasiado delgado, mas o menos corpulento, pelo negro.
-O también puede ser Max.-Murmuró pasándose la mano por su barba de 3 días.
No, es Roberto. –Dije yo forzando la vista para distinguir el pelo o los zapatos.
Un gruñido disipo cualquier duda. Sonaba tan grave y gangoso que bien podría haberlo producido algún animal.
-Rober, soy yo, estamos aquí. Sigue mi voz.
A lo mejor fue el hecho de que lo dijera Joaquín, pero Roberto no se movió. Tengo que decir en este punto que hubo un tiempo en el que el segundo durmió demasiado poco por culpa del primero. Música muy alta, cantidades nada despreciables de alcohol, pintorescos amaneceres etc.
Acordarme de este pequeño dato me hizo volver en mi, repase mentalmente mi nombre completo, mi edad, mi dirección y mi color favorito. ¿Dónde estábamos? ¿Qué había sido del resto? ¿Estarían todos bien?
-¡Mueve el culo Rober! ¡La pierna!¡Lo que sea! ¡Pero ya! –Grité.
Joaquín me tiro al suelo y me tapo la boca.
-¿Se te ha ido la cabeza? ¡Podrían oírnos!
-¿Oírnos?¿Quienes? –Susurré revisándome las rodillas, me dolían pero no sangraban. Las marcas de uñas en la pierna habían desaparecido.
-Eso es lo importante, Bea, que no lo sabemos. Espero no tener que volver a repetírtelo.
-Pero Roberto no iba a oírnos.
-El plan B era que yo lo zarandease mientras tu buscabas a los demás.
-De acuerdo. Voy a arrastrarme hacia allí, si encuentro a alguien mas levantare la mano.
Luego no entiendo lo que nos paso que permanecimos en silencio, inmóviles, un rato mas. La cueva olía a lluvia y a menta fresca. Era reconfortante. Gotas de agua helada me caían sobre el hombro.
Ya sabía yo que había agua.
-Vamos. –Dijo Joaquín poniendo un pie en el suelo.
Llegué hasta una zona aún mas oscura y escudriñe a mi alrededor. Me pareció ver un animal muy peludo y pequeño a mi derecha así que me pegue a la pared de la izquierda y continué. El paso era muy estrecho y apenas había espacio para ponerse de pie.
Cuando me creí lejos de las luces me incorpore. Necesitaba una pequeña fuente de luz así que pensé que podía iluminarme con mi mechero. Hurgué en el pantalón y saqué un mechero desconocido, negro y achatado como un mejillón. Seguramente se lo habría robado a alguien. Me solía ocurrir.
Tarde en darme cuenta de que la luz que proyectaba no era normal, se encontraba, sin definirse, entre la del fuego y la de una pequeña estrella.
Sigue con lo que estabas haciendo, pensé. Es posible que haya alguien herido muy cerca, no te distraigas. Del techo caían pequeñas gotas que brillaban como perlas, las oía salpicar contra el suelo a cada paso. Un bulto yacía unos pasos por delante, encogido como un niño asustado.
-¡Eh, eh! –Susurré acordándome de Joaquín. -¡Despierta!
No sabía quién era pero estaba claro que estaba dormido.
Me acerqué un poco más y note que el terreno se volvía fangoso ¿Desde cuándo estaba descalza? A escasos 20 metros el lodo me llegaba por las rodillas y me costaba cada vez más avanzar.- ¡Eh! –Insistí. -¿Me oyes?¿Quién eres?
Distinguí a Ismael, vuelto de cara hacia mi y con los ojos cerrados. Tenia el pelo mas castaño de lo que recordaba y parecía un par de años mas joven.
-¡Isma! ¡Despierta! No se a quiénes tengo que buscar … ¡Menos mal que te he encontrado! ¡Ayúdame!
El cuerpo se iba hundiendo lentamente en el barro y yo notaba como me hundía también.
-Esta bien, te sacaré de ahí. –Murmuré para darme ánimos.
Traté de hundir los dedos de los pies a ver que ocurría, esperaba encontrar roca y me sorprendí al perder el equilibrio. Me giré para ver cuanto había avanzado y no alcancé a ver el otro lado. No había un solo lugar donde agarrarse.
Mantuve el mechero en alto y seguí avanzando, que mas daban unos metros mas. Cogería a Ismael y lo arrastraría de vuelta.
Pero de Ismael solo quedaban los hombros. Cuando el fango toco su pelo empecé a gritarle y a agitarme desesperadamente sin resultado. Iba a ahogarse.
-¡Joaquín!
Todo sucedió muy rápido. Yo también me hundía. Unos pasos retumbaron en todas direcciones y al momento alguien estaba nadando hacia mi.
-¡No, no llegues hasta aquí!¡Lánzanos algo! ¡Es un pantano!
Pero era demasiado tarde, Roberto llegó hasta donde yo estaba anclada, me miro y supero con facilidad mi posición. Había visto a Ismael Iluminado por mi mechero y no necesito hacer preguntas. Tenia ya casi toda la mandíbula sumergida.
Cuando calculé que no iba a llegar a tiempo para rescatarlo se me hizo un nudo en la garganta. Iba a ahogarse. Aquello no podía ser real, no podía pasar. Era un sueño.
El lago empezó a burbujear como si el fango hirviera y el techo tembló con un estruendo ensordecedor. Me abalancé hacia delante aprovechando el movimiento y agarré a Roberto del pie. En cualquier momento me despertaría, todo se ensombrecía.
-¡Coge a Ismael!
Pero ya estaba completamente hundido. Roberto rebuscó a su alrededor gritando su nombre. Jamás había oído la desesperación en su voz.
-¡Agarraos!
Joaquín estaba a pocos metros por detrás de mi y me lanzó una cuerda. Sin pensarlo me aferré a ella con la mano que sostenía la luz y nos quedamos a oscuras. La cueva estaba a punto de hundirse, me aseguré de no soltar a Roberto y nos arrastramos hasta la orilla, cuando pisamos tierra firme echamos a correr los tres. Solo los tres.
Hasta que vimos el sol.
Tardamos mucho en acostumbrarnos a la luz, pero cuando pudimos echar un vistazo entre los párpados entrecerrados nos falto poco para volver a desmayarnos. Tengo que reconocer que estaba tan asustada que me temblaban las rodillas.
-Entonces, el ha… ¿desaparecido?-Joaquín se limpió el barro de la cara y nos miró con curiosidad.
Primero pensé que Joaquín no había tenido tiempo de asimilar lo que había ocurrido en el lago pero al no percibir dolor en sus gestos me inquiete.
- Se ha ahogado. Esta muerto. –Gruño Roberto en un tono casi inaudible. Apretaba la mandíbula y daba la impresión de que le costaba mantenerse en pie.
-No, no. Ha desaparecido en ese fango. No ha muerto. Es distinto.
A mi me pareció que tenía mucho sentido así que mire a Roberto invitándole a que lo discutiera.
-Veras Joaquín… no puedo creer que este haciendo esto… -Se sentó en el suelo de ceniza blanca y cogió aire- Cuando una situación, como por ejemplo la de estar sumergido, te impide respirar durante un intervalo no demasiado largo de tiempo, mueres por la falta de oxígeno.
Si, eso estaba claro, lo habría sabido explicar hasta un niño de 5 años.
-No tienes razón.
Roberto no contestó, miraba hacia el suelo y respiraba entrecortadamente. Joaquín se quitó la chaqueta y la examinó. Estábamos los 3 cubiertos de arena.
-Mira, ahí esta Diana.
Fue escuchar su nombre y dar un salto de emoción. Mi amiga desde la infancia estaba allí, claro, que ella venía en el coche con nosotros… ¿El coche?
Cuanto tiempo sin verla.
Corrí a abrazarla.
-¿Dónde os metéis? – Preguntó devolviéndome el abrazo.-Hace un día estupendo, estamos tomando el sol debajo de esas plumas.
-Veras.-Roberto se levantó. -Ismael…
-¿Tenéis un cigarro?
Joaquín sacó una pitillera del bolsillo de la chaqueta y yo hice ademán de pedir uno mientras sacaba mi mechero-mejillón. Era una fumadora, ahora lo recordaba. No entendía como no había caído antes. Esperaba que el mechero funcionara porque se había dado un buen chapuzón.
Funcionaba.
Exhalamos el humo los 3 y nos quedamos callados. Entretanto Roberto nos miraba con una expresión muy parecida al asco.
-Si vas a ponerte así cada vez que fumemos me largo a otra parte.-Diana era así, cortante. Y era peor si había dormido poco.
-Ismael ha muerto, ¿Cómo podéis…?
-Ismael esta allí, ¿No lo ves, imbécil?
Estabamos aún tan cegados por la luz del sol que no nos habíamos fijado en el grupo de personas que jugaba a las cartas bajo un árbol de tronco oscuro, nudoso, y con plumas blancas en lugar de hojas que se mecía suavemente unos metros mas abajo.
-Ya decía yo. –Joaquín palmeo a Roberto en la espalda y fue a saludar a los demás.
Roberto parecía haber entrado en estado de shock así que entre Diana y yo lo arrastramos detrás de Joaquín. Cuando recuperó el color se abalanzó encima de Ismael. Todos debimos pensar que era tierno porqué se nos colgaron unas enormes sonrisas lobotomizadas. Yo me alegraba mucho de haber encontrado a Ismael vivo, aunque en el fondo ni por un momento me había planteado seriamente que no lo estuviese.
-No me digas que pensabas que había muerto, Rober. –Joaquín le había contado la historia, hasta la parte de la cuerda y del derrumbe. -¿Y los demás que hacíais para llorarme?¿Fumar? Os juro que si estiro la pata y lo primero que hacéis es fumar volveré de la tumba con sed de venganza y no volveréis a encontrar un mechero en vuestras tristes vidas.
Nos pusimos a jugar a las cartas y enseguida se nos olvidó el incidente. Entonces ya estábamos casi todos. E incluyendo a Lucía y a Max que habían ido a explorar el terreno, ya éramos siete. Así que imagino que ha llegado el momento de hacer las presentaciones.
Veréis, nosotros éramos un grupo de amigos mas o menos bien avenido, mas o menos típico y estábamos mas o menos metidos hasta las orejas en los mismos problemas existenciales en los que estaban metidos los jóvenes de nuestra edad. Teníamos por aquel entonces entre 20 y 30 años, esa maravillosa década de la vida en la que todo son cimientos de poliexpan, perdidas neuronales y esfuerzos infructuosos por agarrar de los cuernos un futuro que nos pegaba olímpicas patadas en el culo.
Los había que ya lo tenían todo controlado, pero como no tardaron en comprobar, es más fácil que tus planes no salgan como esperabas que freír un huevo.
Esa madrugada estábamos Joaquín, un barbudo trasnochador, Ismael al que algunas veces llamábamos capitán no recuerdo bien por qué. Lucía, su novia , una muchacha encantadora que sabía curarnos las heridas y frenar nuestros impulsos autodestructivos y Max un funambulista algo misterioso. Los que estábamos, pero menos, éramos Diana, rubia con tirabuzones , delirios de princesa y muy mala leche, Roberto al que no le gustaba que a las leyes mas esenciales de la física les diera por tomarse unas vacaciones y yo, que describo de pena pero que me esfuerzo mucho. De veras.
Aún así yo tenía la impresión de que faltaba mucha gente, pero me tocaba tirar a mi y, es sabido que una partida de cartas requiere la mas sacrificada de las concentraciones.