viernes, 14 de septiembre de 2012

Siempre nos quedará Valencia.

¨Entre el sueño y la vigilia, ahí quiero quedarme. Donde la realidad y la ficción se solapan como en una fotografía mal hecha¨


Eso último es mío, lo he entrecomillado porque debe tener sus años.  Me lo he repetido tantas veces que me lo sé de memoria.

Pero no venía aquí a hablar de eso. Hoy he paseado por jardines y cauces con mi mejor amiga y hemos hablado ininterrumpidamente durante más de dos horas. Alguien me dijo que las relaciones de pareja se queman si pasan demasiado tiempo juntos y no podría estar mas en en desacuerdo. Yo y mi mejor amiga llevamos viéndonos día sí, día sí, día no desde hace más de veinte años y aún nos queda cuerda para rato. Sé que pensaréis ¨no es lo mismo¨ pero a mi me la pela. Me la pela poéticamente. Una relación es una relación y punto. Si ella puede aguantarme -que no es fácil, a veces pienso que mi propio ordenador se apagaría si pudiera- y yo puedo aguantarla a ella existe una posibilidad.

Aún tenemos ganas de vernos y de hablar de gilimemeces de gran calibre. Cuando éramos jóvenes y volvíamos del colegio nos llamábamos para seguir hablando. Mi madre decía cosas como ¨que tenéis que contaros que no os haya dado tiempo de contaros ya¨ y yo tapaba el auricular y la miraba con indiferencia. No he sufrido la mayor parte de los desvaríos adolescentes, al menos, no de la forma estipulada, pero he de confesar que de la crueldad intergeneracional y la dependecia a la tarifa plana no he podido librarme.

Pues claro que nos enfadamos, como los matrimonios viejos. Una vez discutimos en un viaje de autobús a Roma que duraba treinta y tres horas porque no podíamos soportarnos ni un minuto más. En realidad no recuerdo la mayor parte de las discusiones, sé que nos hemos gritado en medio de la calle, en el colegio, saliendo de fiesta o pasando sueño, pero no recuerdo la razón.

Con el paso del tiempo tus amigos se convierten en tus mejores avales. Yo he tenido la suerte de tropezarme con algunos de los buenos y otros... lo eran.  Eran grandes. Guardo un bonito recuerdo de unos pocos archivado entre el odio y la ternura.

¿Por qué no puede ocurrir lo mismo con las parejas? Antes que nada, tienen que ser amigos y llevarse bien más allá del vino y las rosas. El vino y las rosas son para las fechas especiales y para espacios patrocinados por San Valentín, Papa Noel o cualquier otro mofletudo oportunista.

Ayer hablábamos del matrimonio -huelo miedo, mucho miedo- y un amigo decía que hay que saber valorar todas las opciones. Que no tienes por qué terminar casándote con tu actual novio/a y tendrías que estar preparado para lo que fuera. Creo que se refería a tener aficiones y vidas más allá de la misma relación. Pues bien, me pregunto que van a hacer por ti la flauta dulce, el trabajo, la ginebra o el golf cuando te destrocen el corazón. Cuando rompan, trituren y desangren el amor que sientes hacia una persona como si no hubiera servido para nada.

Que si, que yo también puedo ser fría. Fue bonito, valió la pena, tenía que ocurrir, siempre nos quedará París. Mi vida me ayudó a superarlo. De no ser por la tardes con la pandilla de golf no habría levantado cabeza. Ya he conocido a otra persona.

Pero en caliente, esos meses de aridez, de no saber donde caerse, de asfixia y de dolor, a los que aman de verdad, no se los quita nadie. Y no es cosa que ocurra cada dos meses.

Si yo no he superado la ruptura con algunas amistades, o al menos, no del todo, o soy extremadamente sensible o es que no esta de moda serlo y el mundo finge para confundirme. Finge prisa, indiferencia y cierto humor cínico. Aunque con el cinismo siempre voy a estar de acuerdo.

Y me doy cuenta de que con todo esto parece que en lo que concierne al amor y todos sus primos lo tengo claro. Pues no. Para nada.

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