…Cada historia tiene cientos de historias que contarnos. Como en esa atracción de feria en la que te ves infinitas veces reflejado en los espejos sin saber al final si las manos que palpan los cristales son realmente las tuyas o las de aquella, o aquella que da un paso hacia ti dondequiera que mires.
Quiero decir, para los muchos que tienen la suerte de no entenderme, (síntoma de salud mental y de tantos otros subdepartamentos de la psique ) que no hay nada que exponga tanto como escribir. Ni siquiera la música o el arte pueden igualar la elocuencia de las palabras, lo más controvertido, desnudo, inspirador, vívido y peligroso nace y se alimenta de las letras. Un cuadro o una canción evocan un amplio abanico de sentimientos, las historias sólo el que une la imaginación del escritor, dramaturgo, poeta, con la experiecia del lector. Una corriente invisible.
Lo que viene a continuación no es más que un fragmento corto que he escogido entre otros para presentar al héroe y al villano de todo cuento que se precie. Lo escribí hace unos años y voy a dedicarlo a continuación, tanto tiempo de silencio lo merece.
Para los que sienten un gusto inexplicable por lo excéntrico, para los que simpatizan con lo extraño, para los que aburren la normalidad. Para los que tratan de escapar, para los que están huyendo y, sobretodo, para los que aún no han vuelto.
Para los cazadores de lo extraordinario.
* * *
"Producía calor y parecía latir conmigo."
Yo coleccionaba piedras, me sentía hechizado por su color y su brillo, por la textura y el capricho de sus formas. Siempre me las ingeniaba para que me sobrase algo de dinero para llevar al mercado, en el momento en que mis ojos acariciaban cualquiera de ellas la hacía única, le regalaba una identidad más allá de su aspecto de roca desarraigada. Todas las demás desaparecían fundiéndose en su fría uniformidad mineral.
Avancé todo lo rápido que pude entre el laberinto de puestos, el sol se deshacía sobre la ciudad jugando con la luz. Fachadas teatralmente iluminadas a mi izquierda, tinieblas desamparadas a la derecha.
Giré por una de las bocacalles hacia el cegador oeste, una paloma se posó a contraluz sobre el tronco rendido y marchito de un árbol, negro a mis ojos, dándome alas por un momento. Miré hacia el suelo fascinado por la ilusión óptica; mi sombra trataba de emprender el vuelo.
Llegué al puesto con una inusual expectación, me abrí camino entre los curiosos como pude, sabedor de que no tenía la altura ni la autoridad suficientes como para disculpar un empujón. Alguien me observaba desde hacía rato, lo intuía gracias a esa sensación que muchos han descrito como un hormigueo en la nuca pero que a mi me parecía más una descarga de curiosidad que hacía el aire que me rodeaba imperceptiblemente más denso.
No tuve tiempo de pararme a pensar en aquello, la había encontrado; una piedra de un inquietante rojo oscuro del tamaño de una nuez y con la forma asimétrica de un corazón, delicadas vetas de gris la recorrían por completo como venosidades. Tenía una pequeña muesca a un lado que recordaba a una herida de flecha.
* * *
"Y así, los que quieran despertar, deberán dormise. Antes tendrán que soñar."
Retales de humo ensuciaban el cielo con insolencia suspendidos sobre un brazo de roca que arañaba el mar, olía a campo arrasado y a incienso. Las cenizas, más ligeras que la arena, cubrían caprichosamente la playa.
Una figura paseaba sobre la orilla, negro sobre rojo acuarela, las manos en los bolsillos y los pantalones cuidadosamente arremangados. No recordaba haber puesto tanto esmero en nada desde hacía años. Minutos antes, apoyado sobre una vieja barca de pescar, había doblado cuatro veces cada pernera ajustándolas con precisión milimétrica justo debajo de las rodillas.
Caminaba despacio, fumando un tabaco salado que no conseguía enmascarar el regusto de madera quemada. Lanzó la colilla al mar y se miró las manos, tiznadas de hollín, oscuras como dos noches lejos de casa.
Los quemó, porque no eran suficiente, porque todo el bien que podían hacerle le hería cada segundo al ritmo de un grifo que gotea, porque el esfuerzo de las pequeñas cosas le parecía patético y miserable.
Los quemó porque el salitre que impregnaba su cama al anochecer y sus recuerdos no prendían.
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