domingo, 5 de febrero de 2012

Quizá nunca leas esto. Y podrías.

Estoy bastante cansada de sujetar las riendas, de no desbocarme. De clavarme los pies al suelo. De emerger de mis sueños sin aire. De que la bruma del alcohol me inspire ideas sin sentido. De que las melodías me hablen de lo que no me atrevo a reconocer. De ver unos ojos cuando cierro los míos. El mar es profundo y verde.

Estoy harta de trasnochar. De madrugar. De vivir demasiado deprisa para no pensar. De detenerme en la parada de un autobús, o cruzando un puente de metal y cuando el viento me azota en la cara sentir que no puedo con mi alma. De no pudrirme en el humo y quemarme los dedos.
De sonreír en la mesa y de dar otro trago. De no volver a casa. De que la sal me tire en las mejillas. De perderme entre las sábanas.

De no decir. De no tocar. De morderme los labios.

Se me escapa de las manos cada día que pasa.

2 comentarios:

  1. Hay días cansados, y cansados todos los días. Yo hoy estoy cansado, también de cosas parecidas. Del tema de las riendas, de mantener el equilibrio. Que sano es a veces ponerse de pie ante un precipicio y coquetear con su borde. Abrir los brazos y gritar hasta que te vacias. No es mucho, pero es algo.

    Hasta que desaparezca el cansancio, y un día una canción, unas palabras o una mano amiga te toque el hombro y te diga que te alejes del precipicio y que le acompañes a tomar una cerveza. Que quizá el te necesita. Uno más que te necesita.

    Como tengas el valor de llamarme a mi William, no te invitaré a una cerveza en mucho tiempo.

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