Sé que insisto bastante en este punto, pero es una constante en mi vida. La ilusión infantil y la sencillez de sus anhelos. Ser piratas, espadachines indios guerreros o niños voladores.
Aunque ahora que lo pienso, de mis héroes infantiles uno se escondía en un bosque para no pagar impuestos, el otro se escapó de la cárcel, encontró un tesoro, y se llamó a si mismo Conde. El de más allá era un poeta pendenciero pagado de si mismo y el último se inyectaba cocaína.
Quizá debería dejar de llamarlos héroes.
Aunque dejando a un lado el término, eran buena gente. Simples mortales, personajes claroscuros con sangre, (y algo más corriéndoles por las venas, eran otros tiempos) manías y escaramuzas varias.
Y principios.
Quizá por eso me gustan tanto.
Buena gente señores, si. Buena gente.
A menudo encuentro personas tan serias, (o tan metículosamente chapadas de seriedad), que no se como comportarme. Al llegar a una edad se exigen unas convenciones y unas formas rígidas para comportarse en sociedad, pero es cuando llegas mas allá, al niño que todos escondemos, mas o menos hondo en nuestro interior, cuando conectas en realidad con tus contertulios.
Cuando les pregutas: -¿Y tu, a que jugabas?
-Yo era un soldado romano, de la provincia Cartaginenese. Crucé media Europa en una campaña. Ahora leo libros de historia antigua.
-Yo casi siempre era un pirata. No del todo malo, tenía mi barco, mi cofre y unos extraños modales. Mis películas favoritas son Hook y Piratas del Caribe. Sobretodo la primera.
-Yo me disfrazaba de bruja. O de hada. Ahora me siguen gustando los libros de fantasía pero no te equivoques. No me fio del horóscopo. Me encantaba Sirius Black ¿Sabes quién es?
Y es entonces cuando os reconocéis. Y no hace falta que digáis nada mas.
Aunque esas son las conversaciones que en buena compañía pueden alargarse tanto como una trilogía.
"Antonio Machado llevaba en el bolsillo de su último día un verso que recordaba los días azules y el sol de su infancia. Esa mirada nostálgica a los años de la niñez es un lugar común de la literatura y de la vida. Cuanto más envejecemos, más grato nos resulta el niño que fuimos y perdimos.
Pero quizá esa infancia se aloje hasta el final dentro de nosotros. Quizá sigamos siendo el niño, el adolescente y el joven que fuimos. Porque cada etapa de nuestra existencia reclama un sitio en el presente. ¿Acaso no es placentero sentirse niño por un rato? Descalzarse y corretear a la orilla del mar. Ensayar una voltereta sobre la hierba. Patear las latas y las piedras. Lanzar alto una pelota hasta embarcarla. Cantar a gritos y desafinando aquella cancioncilla con la que acompañábamos nuestros juegos. Saltar a la comba o al elástico. Reírse a carcajadas con cualquier bobada. Son placeres también necesarios. Quien no cuida esa parte de sí mismo, envejece por dentro, de una vejez más cruel e inexorable que la del cuerpo. Sin embargo, esos adultos que se permiten algún capricho pueril, que no se niegan sus propias manías, que conservan o recuperan sus juguetes, sus cromos, sus tebeos, que no se avergüenzan de subir a los cacharritos de la feria o de jugar al trompo y al diábolo, tienen un brillo en los ojos que delata la felicidad.
Mimen a su niño interior cada vez que se les ofrezca la ocasión. Es fácil, es barato o gratuito (esto es importante en los tiempos que corren) y mejora la autoestima. Dedíquenle unos minutos al día al muchachito o la muchachita que se camufla bajo el traje de chaqueta o el uniforme de trabajo. Verán cómo se les asoma a los ojos y a la sonrisa, con la misma luz de aquellos días azules y soleados de la infancia."
Pero quizá esa infancia se aloje hasta el final dentro de nosotros. Quizá sigamos siendo el niño, el adolescente y el joven que fuimos. Porque cada etapa de nuestra existencia reclama un sitio en el presente. ¿Acaso no es placentero sentirse niño por un rato? Descalzarse y corretear a la orilla del mar. Ensayar una voltereta sobre la hierba. Patear las latas y las piedras. Lanzar alto una pelota hasta embarcarla. Cantar a gritos y desafinando aquella cancioncilla con la que acompañábamos nuestros juegos. Saltar a la comba o al elástico. Reírse a carcajadas con cualquier bobada. Son placeres también necesarios. Quien no cuida esa parte de sí mismo, envejece por dentro, de una vejez más cruel e inexorable que la del cuerpo. Sin embargo, esos adultos que se permiten algún capricho pueril, que no se niegan sus propias manías, que conservan o recuperan sus juguetes, sus cromos, sus tebeos, que no se avergüenzan de subir a los cacharritos de la feria o de jugar al trompo y al diábolo, tienen un brillo en los ojos que delata la felicidad.
Mimen a su niño interior cada vez que se les ofrezca la ocasión. Es fácil, es barato o gratuito (esto es importante en los tiempos que corren) y mejora la autoestima. Dedíquenle unos minutos al día al muchachito o la muchachita que se camufla bajo el traje de chaqueta o el uniforme de trabajo. Verán cómo se les asoma a los ojos y a la sonrisa, con la misma luz de aquellos días azules y soleados de la infancia."
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